Está semana me siento triste, no tengo problemas familiares, en ese sentido soy relativamente feliz, todo lo feliz que se puede ser sin sentir que al decirlo lo gafo. Es tranquilizador llegar a tu hogar y no sentirse amenazada, reírte abiertamente y no preocuparte por que tu estridente carcajada pueda molestar a los que conviven contigo. Pero me siento triste, aunque me guste reírme a carcajadas porque hay otras personas que no tienen esa libertad en su casa, y lo que es peor ya no tienen ganas de reírse.
Oscar Pistorius mató a su compañera sentimental, Reeva Steenkamp, disparándole a través de una puerta, porque según él creyó que un ladrón se escondía en el lavabo de su habitación con la puerta cerrada, luego supongo que hecho la puerta abajo y encontró que el intruso amenazante era su novia una guapa modelo participante de reality shows, triste que dijera que ella murió en sus brazos. ¿Qué le susurraría él al oído mientras ella moría? Me pone los pelos de punta pensar en ello y espero que la respuesta fuese: lo siento, no era mi intención. Pero aun así, si al final, no es un accidente fortuito como parece, por mucho que lo último que oyera fuera una disculpa, no deja de ser una disculpa del hombre que le disparó a través de una puerta que había cerrado para escapar de él.
Aquí estamos acostumbrados a oír casos de las llamadas víctimas de género, sabemos que es una lacra social, y nos devanamos los sesos descubriendo el modo de pararlo, cada caso es sangrante. Pero entiendo el daño moral que ha debido sentir el pueblo sudafricano, nadie imagina, por mucho que tenga mal humor, que alguien que está acostumbrado a ser mirado de forma distinta, obligado a mejorar y demostrar lo que es capaz de hacer, un hombre que se sobrepuso a su discapacidad demostrando al mundo el orgullo de superarse físicamente, en definitiva un hombre que sabe lo que es que te hagan sentir inferior, no esté a la altura moral de su leyenda. Sea de un modo u otro (fuese un accidente o un homicidio), tendrá que aprender a vivir con lo que pasó aquella noche de San Valentín y espero, porque creo en la redención, que esto le ayude a elevar su altura moral y que las lágrimas no solo las derrame en público.