Se levantó la falda que llevaba, era de tonos blancos y rosas, manchada y desgastada, con arañas enredadas entre el tul y la seda. Se miró los zapatos de terciopelo rojo, manchados de barro. Tenía los pies mojados y estaba cansada, aun se apreciaba un tono ocre en su tez y manos, el rojo sangre se había difuminado. Daba incluso más miedo que cuando salió de casa.
Suspiró estaba cansada, pero lo había pasado bien, había comido y bebido hasta no poder más. Se apoyó contra la farola que proyectaba su sombra haciéndola todavía más lúgubre. Le quedaba una manzana para llegar a casa y empezó a llover. "Perfecto" pensó. Tendría que darse prisa sino quería llegar a casa empapada. Sin embargo, parecía demasiado cansada como para dar un solo paso.
Una mano se apoyó en su hombro. Se giró y gritó con el susto, fue un grito agudo y corto. Inmediatamente se sintió estúpida, el chico que la observaba ladeo la cabeza y preguntó; "¿Puedo ayudarte?". Hablaba despacio y le costaba vocalizar, así que pensó que necesitaba más ayuda que ella. La mano que, todavía no había apartado, estaba extrañamente fría. El chico estaba disfrazado de zombi, y su disfraz era muy realista. Sus heridas y marcas parecían inmutables bajo la lluvia. Durante un minuto pensó si era buena idea dejar que la ayudara en la noche donde los espíritus de los muertos están de visita entre los vivos, quizá debería asegurarse de quien era su acompañante.
Él pareció entender lo que pensaba e hizo un gesto con la mano mientras se alejaba tambaleándose. Estaba amaneciendo y los rayos empezaban a clarear el día. Así que, lo pensó mejor, viéndose incapaz de llegar a casa. El chico-zombi le sonrió y su mirada se volvió vidriosa. Ella se apoyó en él y los dos se fueron alejando dando tumbos.
"Llegamos" dijo ella. Él esbozo una difuminada sonrisa, acercándose lentamente, ella intentó retroceder pero la agarró por los hombros con fuerza. "¿Ah sí?" Ella se encogió de hombros no entendía, pero cedió a su abrazo. Sus narices casi se tocaban, y el sonreía balanceándose ligeramente, como un péndulo, incapaz de estarse quieto. Ella le devolvió la sonrisa, juguetona, y dejó ver sus dientes de un tono verde. Su aliento hizo que él retrocediese asqueado: "¿pero qué...?" empezó a decir cuando un grito se ahogó en su garganta. Miles de pequeñas arañas negras y peludas subían por sus brazos provenientes del vestido de la chica. La soltó.
Al mirar a su alrededor comprobó que no solo ellos estaban en el cementerio sino que a su alrededor había más personas vestidas con arrapos de diferentes épocas, que habían conseguido perfectamente imitar el aspecto quebradizo y ocre que debería tener un no muerto.
De repente la borrachera, que tan buena idea le había parecido al comienzo de la noche, se disipó mientras la tierra se abría a sus pies.
De repente la borrachera, que tan buena idea le había parecido al comienzo de la noche, se disipó mientras la tierra se abría a sus pies.
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