Levantó el teléfono una vez más, marcó los números que ya se había aprendido de memoria. Una voz cansada contestó al otro lado. Ella se quedó callada, con la boca entreabierta, y la mirada fija en el suelo. Una vez más la persona al otro lado resopló y colgó. Ya no se molestaba en increpar al silencioso interlocutor. Colgó despacio y se alejo del teléfono, cabizbaja pensando que no debía hacerlo. Que no lo volvería a hacer. Se dirigió al baño y vomitó.
Cuando se levantó no notaba los pies, todavía tenía las piernas dormidas, así que al incorporarse se cayó. No gritó, se quedó tumbada en el suelo analizando los posibles daños sufridos y cuando se preguntaba así misma si estaba bien, una ola de dolor llegó hasta su boca arrasándolo todo a su paso, sin dejarla casi respirar. El grito que la liberó ensordeció todo a su alrededor.
Llegó el día de San Valentín, era frío y húmedo, el cielo estaba gris, y el paraguas estaba ansioso por salir. Bajo las escaleras en vez de coger el ascensor. Fue saludando y deseando feliz día a todas las plantas que se encontró en los descansillos. Entrecerró los ojos al llegar al portal oscuro. Se quedó quieta mirando como la gente pasaba apurada y contó a todos los que parecían estar canturreando. Sonrió. Un chico se paró para limpiarse algo de los bajos del pantalón, tenía los calcetines rojos, rojo intenso. Estaba segura en la oscuridad, hasta que él levantó la mirada y la vio. Sus rizos rubios bailaron y sus ojos azules miraron hacía los buzones. Ella siguió su mirada. En el buzón del quinto B había algo que sobresalía.Se acerco y buscó las llaves del buzón que abrió apresuradamente, un gran corazón rojo cayó a sus pies. Solo ponía;
"La próxima vez que me llames dí algo"
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