Una noche fría, llovía y no se podía ver las estrellas. Ella las echaba de menos, todas las noches se dormía recordando las historias de las constelaciones. Se sentó a oscuras abrazando su almohada, miró a la oscuridad que la rodeaba y se concentró en el suave martilleo del agua contra el cristal de la ventana. Bostezó la noche se volvía eterna. Se acostó de nuevo y se acurrucó de espaldas a la ventana, el sonido de la lluvia era hipnótico. Por un momento creyó que se dormiría, sus párpados se cerraron suavemente sin que se diera cuenta, entonces un relámpago la despertó a su insomnio. Se rió. Se levantó. Se puso la bata. Abrió la ventana y se asomó. La lluvia caía con fuerza y la empapo rápidamente, pero no le importó. Se balanceó hacia adelante, levantando los pies del suelo y mirando al cielo encapotado. No podía mantener los ojos abiertos. Entre las comisuras de sus labios se colaron algunas gotas. Sabían saladas.
Tuvo que cambiarse el camisón, secarse el pelo con una toalla y meterse en cama.
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