Vivimos en el siglo XXI, somos modernos y nosotros hasta que la troika diga lo contrario formamos parte del mundo desarrollado, del 1º. Y este país de cultura rica y diversa, y pioneros en reformas sociales, está a la espera de retroceder, aun no se sabe bien si solo 30 años o hasta la dictadura, con la nueva ley de Gallardón (nuestro "proge" de derechas) sobre el aborto. Y en estos momentos giramos la cabeza para agradecer al omnipotente que permitiera que la joven de 22 años salvadoreña Beatriz permanezca todavía entre nosotros. Su hija la pequeña que la mantuvo al filo de la vida nunca tuvo la oportunidad de quedarse, ya que su alma ya debía estar hipotecada. Lo digo con sarcasmo, pero también con pena. No nos confundamos creo en la vida, plena. Aun así considero que el aborto es una decisión personal que incumbe a la mujer que gesta y como mucho a su pareja, nadie más debe decidir y menos obligar a hacerlo, ni a favor ni en contra. Pero parece incluso cruel e indigno de aquellos que sobretodo buscan la dignidad de los seres, que sabiendo que la pobre niña no tenía ninguna oportunidad de vivir (carecía de cerebro, o parte de él) obliguen a una madre a pasar por el sufrimiento de dar a luz a un hijo del que después del esfuerzo y carga de tenerlo solo pueda verlo morir. Ya sin considerar el hecho de que a la pobre chica casi le cuesta la vida.
De nuestras almas, de conservarlas puras para nuestro juez último debería ocuparse nuestra propia conciencia no debería recaer en la doctrina de otros y mucho menos impuesta por ley. Debería dejar claro de una vez aquello que incumbe a lo moral no le incumbe necesariamente a la ley, como bien demuestra el caso de las preferentes.
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